Los tipos de trabajos están cambiando a tal ritmo, que en muchos casos, se genera la duda de qué categoría de profesional se es, no poder plantearse el seguir una vocación, o verse en la situación de contestar con respuestas diferentes a la pregunta ¿a qué te dedicas?.
Cuando se hace una importante (y dura) referencia al concepto de intrusismo más extendido, a menudo me encuentro con afirmaciones de este tipo:
Mi jefe no es administrativo, es documentalista…
Mi profesora no es ingeniera, es matemática…
En mi trabajo hay gente que no es licenciado en…
Frases por lo general dichas por gente que no ha tenido muchos problemas (o necesidad) para encontrar un determinado tipo de trabajo.
En ellas se aprecia un tono de queja, como queriendo decir que le están quitando el trabajo a aquellos que, en efecto, han estudiado ADE (Administración y Dirección de Empresas) o una ingeniería en particular. O incluso, que harían mejor ese trabajo si tuvieran esa titulación en concreto.

¿Sabes lo que no se suele comentar en esas conversaciones? Que ese documentalista, esa matemática o ese licenciado en derecho y no en ADE, para llegar a ese puesto, seguramente ha pasado por una serie de procesos de selección en los que ha competido con esos perfiles modelo, y aún así, han optado al puesto, no por no ser un determinado perfil, sino “a pesar de no ser ese determinado perfil”.
El intrusismo laboral como concepto, no se puede integrar en todos los sectores, nunca se hablará de intrusismo laboral (sin negligencia), por ejemplo en el sector sanitario. Porque no vemos a ingenieros operando a corazón abierto, ni abogados penales despachando en farmacias…
Lo que sí vemos es a matemáticos programando y a topógrafos en proyectos de big data. Y eso, no es intrusismo, es una necesaria adaptación.
El intrusismo como necesidad
Hay una modalidad de intrusismo laboral que “ha nacido” casi obligada. Una modalidad que hay que verla más que como intrusismo, como reinvención profesional. Un giro de tuerca que conlleva nuevas opciones a aquellas personas que, de no tomar esa decisión, se quedarían parados y a merced de gobiernos a los que poco les importa tu carrera profesional.
¿Qué es lo que pasa cuándo eres ingeniero civil, albañil, topógrafo, arquitecto, gruista… y hay una crisis de la construcción?
¿Qué pasa cuándo te formas para diseñador textil, patronaje, moda o lencería de hogar… y se llevan la producción a otro país?
O, ¿qué pasa cuando eres cocinero, camarero, hostelero, chef, barman, parrillero… y llega un coronavirus?
Es ahí cuando nos damos cuenta de si una determinada formación prepara o no para afrontar estos serios problemas laborales.
¿Qué hay que estudiar para ser… técnico de selección/coordinador de telemárketing/chófer/vendedor de seguros/formador de formadores…?
Concretamente nada, no hay que estudiar específicamente nada, solo hay que tener “rodaje” profesional, y se podrá asumir casi cualquier puesto.
Hay multitud de profesiones y de puestos de trabajo, necesarios y diseñados para que funcionen los diferentes departamentos de muchas empresas, puestos que, en lo último que se preocupan es en tener unos estudios concretos que no hacen diferentes a los candidatos o a los propios compañeros.

Son puestos de trabajo, en los que precisan de perfiles flexibles y dispuestos, o con antigüedad en la compañía, o que conozcan diferentes perfiles de clientes potenciales… y eso, queridos lectores, no lo enseña la universidad. Eso se aprende trabajando en sectores diferentes.
Admiro a aquellos que tienen claro trabajar únicamente en su vocación, y no se permiten ni un solo año perdido en otro puesto. Admiro a aquellos que se han forjado una carrera profesional sólo en su ámbito profesional. Pero más admiro a aquellos que son capaces de crear figuras profesionales adaptadas partiendo de una determinada titulación, a aquellos que adaptan sus conocimientos y su trayectoria a la demanda, a aquellos no se han parado a pesar de la crisis de la construcción, la crisis de la mano de obra textil o la crisis de la actual pandemia. Porque esos son perfiles que han exprimido al máximo sus recursos tanto académicos, como personales, como profesionales; porque en ese gran grupo de personas hay profesores de inglés que trabajarán cuando todos sepamos inglés, hay camareros que trabajarán cuando cierren los bares y hay asesores que trabajarán a pesar de que cada uno se informe por su cuenta…
Desde que trabajo fuera de España he entendido que ese intrusismo laboral está muy relacionado con la famosa «titulitis». Estamos acostumbrados a que para acceder a un puesto de trabajo en España lo primero que se pide es una titulación de una lista, y si la tuya no está, estás fuera en muchos casos (por ejemplo puestos de trabajo para Lic en Ciencias Ambientales, pero no para biólogos, o al contrario). Para mí, la solución está en valorar a los candidatos por sus conocimientos, sus capacidades y sus aptitudes, sin importar tanto dónde o cómo las hayan adquirido. No estoy diciendo que no haya que valorar una titulación, pero a veces, con pedir un «Titulado superior» o «Titulado universitario» sería más que suficiente. En mi opinión, España necesita renovar los sistemas de Recursos humanos y de selección de personal, y empezar a preguntarse si el candidato puede hacer un trabajo (y eso implica valorar también sus competencias personales, no sólo profesionales) en lugar de cuántos títulos tiene colgados en la pared.
Sí, el sistema de selección en su gran mayoría, está obsoleto y poco adaptado a las nuevas necesidades.
Casi pienso que, en lugar de «pelearnos» los candidatos por un puesto, deberían ser las empresas las que «peleen» por tener a perfiles interesantes (.. desde luego que suena utópico, pero ojalá algún día lo veamos!)
Muchas gracias por comentar! Un saludo!